
Desde
que mi amiga Carmen me dio a conocer la inciativa de los cafés pendientes lo he comentado con
compañeros y amigos. Todos vienen a coincidir en lo bonito de la idea, dejar
algo pagado para que lo tome quien lo pueda necesitar.
Sin
embargo también coinciden en sus dudas: seguro que muchos bares se quedarán
el dinero y no servirán los cafés. Seguro que mucha gente que no lo necesita se
tomará los cafés pendientes sólo para ahorrarse unos euros. Y me doy cuenta de
que para todos cuenta más evitar que el jeta se aproveche que la
posibilidad de ayudar al prójimo en apuros.
Porque
nos ocurre muchas veces que, viendo a quien pide dinero en la calle, dudamos de
si realmente pedirá por necesidad o por negocio o para drogarse… Y casi siempre
terminamos decidiendo que así será y no le damos dinero, cuando igual de fácil sería
dárselo porque hemos decidido que sí, seguro que es una persona desgraciada que
se ve obligada a pasar vergüenza mendigando para llevar cuatro euros a casa.
Y
pienso que son muchos los necesitados que se quedan sin ayuda, sin nuestra
ayuda, por culpa de cuatro aprovechados contra los que parece que estamos en
continua lucha. Como siempre pagan justos, los necesitados que se quedan sin nuestra
ayuda, por pecadores, los aprovechados por los que al final siempre decidimos
actuar.
Si
finalmente vencemos nuestra duda y nos decidimos a dar una limosna nos
encontramos incómodos al vernos obligados a mirar de frente a la pobreza, a la
desgracia y la deshonra de pedir. Y, aunque cuando damos unas monedas recibimos
la mirada de gratitud del necesitado, agradecido de que le demos aquello que no
nos es necesario, también podemos sentirnos avergonzados al darnos cuenta de
que no es así, no le hemos dado lo que no necesitamos, en ese caso podríamos
haberle dado unos cuantos billetes de nuestra cartera. En cambio tan sólo le
hemos dado unas cuantas monedas de calderilla que nos molestaban en el
bolsillo.
Y
de nuevo volvemos a negarnos a dar ayudas, esta vez por considerarlas pequeñas,
y más gente queda sin la pequeña ayuda, sin nuestra pequeña ayuda, que bien
podría servirles.
Por
eso cuando me dicen que un café es poca cosa yo respondo que menos es nada. Y
que cuando vea en un bar el cartel ofreciendo cafés pendientes entraré a tomar
mi copa de pacharán navarro para disfrutarlo en la barra a pequeños sorbos,
como a mí me gusta, para dejar al marchar un café pendiente y, por qué no, un
pincho de tortilla. Porque las mañanas que siento frío y cansancio un café es
lo que me pide el cuerpo. Y si además tengo hambre le pido al camarero un
pincho de tortilla para acompañarlo.