Hoy
estoy haciendo la compra. Como me pillaba de paso he ido a un centro comercial:
son las cuatro de la tarde, a otra hora no entraría porque no se puede ni
aparcar. No vengo a menudo así que me paso por el lineal de licores a ver si
encuentro alguna novedad. Pero nada: los mismos de siempre. Baines, Basarana,
Etxeko... De repente me doy cuenta de que casi todos presentan el pacharán en
botella oscura o mateada, velando el contenido. Sólo Usua, Zoco y Olatz dejan
ver el rojo del pacharán.
Claro,
enseguida me viene la pregunta a la cabeza: ¿por qué ocultar la principal
característica del pacharán o, por lo menos, la única apreciable a simple
vista?
La
respuesta también llega muy rápida: para que no se oxide. Todos sabemos que la
radiación solar es muy perjudicial para los colores: nos enrojece la piel, o la
oscurece si la exposición es prolongada, oxida los colores rojos, decolora las
pinturas...
Pero
en seguida me hago otra pregunta... ¿cuándo le da el sol a una botella de pacharán?
Lo embotellan e inmediatamente lo ponen en una caja opaca. Llega al
supermercado y lo colocan en una estantería con luz... fluorescente. Una luz
que ni nos pone morenos no oxida ni ná. Luego la llevamos a casa, al
frigorífico, donde hasta Hommer Simpson sabe que la luz se apaga al cerrar la
puerta, o a la despensa, a oscuras.
Vaya,
pienso, desde luego las botellas opacas no sirven para mucho. Quizás por eso
pocos son los pacharanes caseros me han servido los colegas desde botellas
oscuras. Todos elegimos alguna botella curiosa o una frasca... pero siempre
transparentes. Y lo hacemos porque estamos orgullosos de color de nuestro
pacharán, de su transparencia, del brillo...
Y si se desarrolla algún poso, que
a veces ocurre, pues viene bien la botella transparente para detectarlo y
volver a filtrarlo antes de que el cuñado, también pacharanero, nos deje en
vergüenza.