Me
he apuntado a una cata de vinos. Sí, otra
vez, y ya no sé ni cuántas llevo. Quizás por eso el principio me suena a
déjà-vu: otra vez me cuentan las
fases de la cata, cómo agitar la copa, lo de los aromas primarios,
secundarios,…
Por
fin ya estamos catando los vinos y, como en otras catas anteriores, me vuelvo a
sentir extraño entre tantos aromas. El enólogo que dirije la cata comenta que
el vino tinto que ahora agito y huelo en la copa tiene “aromas minerales”; yo
ya estoy a punto de preguntar qué son los aromas minerales y a qué huelen y si
huelen igual todos los minerales y… pero entonces me fijo que el resto de
participantes hace gestos y sonidos de aprobación. “Sí, sí, es verdad, yo
también los encuentro” me escucho decir para no significarme.