El color de cualquier objeto
o líquido lo describimos a través de tres características: tonalidad,
intensidad y brillo. Hablemos hoy del brillo y de su opuesto, la turbidez.
Y es que muchas veces vemos
los líquidos turbios: el agua del río cuando ha llovido mucho y lleva riada, un
vaso que ha contenido leche cuando lo llenamos de agua… Estos líquidos los
vemos turbios porque tienen sólidos en suspensión que no dejan pasar la luz: la
reflejan o refractan en diferentes ángulos de forma que la luz no puede
atravesar recta el líquido. Las partículas sólidas reflejan todos los colores de la luz que no absorben y lo hacen en todas las direcciones de forma que una parte de la luz se refleja muchas veces dentro del líquido. Esto hace, por un lado, que no veamos al través de
estos líquidos (la luz no pasa y por lo tanto nos queda velado lo que hay
detrás) y por otro que lo veamos con ese aspecto turbio, como mateado o blanquecino. En
función de la cantidad de sólidos lo veremos con diferentes niveles de turbidez
que, de menos a más, sería: brillante, tomado, opalescente, jaro, lechoso, turbio.
Evidentemente cuando un
líquido está muy limpio, sin sólidos en suspensión, lo veremos brillante porque
toda la luz pasa a su través. Su color se verá nítido, bonito, y la luz dejará
reflejos en él como si realmente brillara.
Sin embargo cuando un líquido
está turbio se ve con poco color, bastante pálido. Nos ocurre muchas veces con
el pacharán que hacemos en casa: no se ve brillante al separar las endrinas
pero si lo dejamos decantar y lo filtramos el pacharán se verá limpio y… con
más color que antes. ¿Por qué ocurre esto?