Cuando
paseamos por el campo durante el mes de septiembre reconocemos los endrinos por
el inconfundible color negro azulado de sus frutos. Resulta inevitable coger
alguno de los arañones para probarlo. Entre los dedos sigue llamándonos la
atención su color aterciopelado azul, sabemos que es una cera llamada pruina que
lo protege de enfermedades. Cuando lo frotamos con el dedo vemos cómo
desaparece dejando a la vista el negro de la piel.
Damos
un mordisco al fruto y vemos que ya no está crujiente como a finales de agosto:
la pulpa no ofrece tanta resistencia a nuestros dientes y se hunde con la
presión hasta que se desgarra la piel desprendiendo parte de zumo durante el
mordisco.
Este es el primer síntoma de que la endrina, por fin, comienza a
estar madura. Y si observamos la pulpa encontramos más muestras de madurez: ya
no es claramente verde como hace un mes sino que comienza a verse amarillenta y
traslúcida, dejando a la vista un entramado de una especie de venillas blancas.
Y si nos fijamos en el hueso observamos cómo un lateral comienza a mostrar un
tono rojo. Sí, el arañón está alcanzando su madurez.