Siempre me ha resultado curioso el fenómeno de las “eternas promesas”, término asociado a deportistas que prometen mucho de jóvenes y se mantienen como promesas prácticamente hasta que se retiran del deporte. En mis tiempos de juventud ejerció como tal el ciclista Rubén Gorospe, pero seguro que cada lector encontrará un ejemplo en su memoria.
También en el mundo de los licores ha habido “eternas promesas” que iban a desterrar al resto de productos. En España se iba a reproducir, por ejemplo, el gran éxito del vodka en Estados Unidos, ahora se habla del Tequila… pero seguimos bebiendo mayoritariamente los licores de siempre y, por encima de todo, cerveza.
Una de estas promesas ha sido siempre la coctelería: de gran éxito en otros países, con cantidad de locales especializados con gran ambiente y numerosas especialidades, pero que en España nunca llega a cuajar. Siempre he pensado que el problema es que somos de trago largo, cubata o cerveza, y que nos cobren el mismo precio por una copita de cóctel por mucho que haya sido shakeado con estilo en una coctelera de inoxidable pues mira, como que no.