He comido el menú en el restaurante habitual; no dan copas en la mesa para agilizar y doblar mesas así que me estoy tomando mi copa de pacharán en la barra del bar. Doy un sorbo de pacharán mientras veo en la televisión las imágenes de la noticia del día. Es una noticia nueva pero las imágenes podrían ser de archivo: el gordo de la lotería de Navidad ha caído en un pequeño pueblo de Huesca y los afortunados gritan, cantan, bailan y beben cava.
Siempre que veo estas imágenes del premio gordo recuerdo a mi tío Pablo. Bromeaba diciendo que el gordo no existe porque nunca le toca a nadie. A nadie cercano. A nadie del pueblo. A ningún amigo. A ningún familiar.
Hoy, sin embargo, descubro que el gordo existe: una compañera tiene un numero premiado. “Soy de un pueblo cercano y lo cambié a un amigo por otro numero, he tenido suerte”, dice.
Dando otro sorbo de pacharán pienso: qué curioso, también llevo años oyendo que la suerte no existe. Yo mismo se lo decía a un amigo cuando consiguió trabajo de ingeniero en una conocida empresa alemana. “He tenido suerte”, me dijo. Pero no encontró trabajo por suerte. Estudió ingeniería. Habla inglés. Habla alemán. “Eso no es suerte, tú tenías muchos boletos” le dije.
Siempre se ha dicho que hay que trabajar para que la suerte te encuentre. Que hay que estar ahí. Que hay que comprar muchos boletos, que no es cuestión de suerte sino de probabilidades.
Pero mi compañera sólo tenía un décimo. Ni siquiera lo compró: lo cambió por otro número. Y ahora, como los de la tele, pagará la hipoteca y tapará otros agujeros.
Al final, pienso, parece que la suerte también existe.
¡¡ Suerte !!