Naufragamos


Termino mi café y disfruto el aroma de mi pacharán navarro servido en copa, como a mí me gusta. Me distraigo porque alguien deja un periódico a mi lado, encima de la barra. En la primera página destaca la fotografía de un barco muy grande totalmente escorado, acostado sobre el mar. No necesito leer su nombre, ya todos lo sabemos: Costa Concordia.
Viendo esta imagen siempre pienso en el capitán, huyendo el primero del barco para ponerse a salvo. Quizás aquello de  que los capitanes abandonan los últimos el barco que se hunde ya sólo se cumple en los libros de aventuras. Ya nunca predicamos con el ejemplo: vemos que no lo hacen los capitanes, tampoco nuestros gobernantes parece que lo hagan...
Al menos es lo que ocurre en Italia, en España, quizás en más sitios de Europa.. Pero no o puedo evitar pensar en otro accidente, la catástrofe de Fukushima, y qué distinta fue la reacción no del capitán sino de toda la tripulación en aquel “barco”: nadie abandonaba su puesto aunque pasaban los días,  incluso sobraban voluntarios para quedarse trabajando en la central a pesar de saber que se condenaban a una muerte segura. “Qué capacidad de sacrificio, parecen locos estos japoneses” pensábamos muchos. Los ciudadanos se comportaban con entereza, no se veían escenas de pánico ni desesperación en las calles destruidas por el tsunami. “Parece mentira, qué serenidad”   envidiábamos.
Ahora también los japoneses habrán visto estas mismas fotos del barco europeo hundido. Habrán leído la increíble historia del capitán abandonándolo como un cobarde.
Por eso cuando veo esta imagen no puedo evitar preguntarme: ¿qué estarán pensando de nosotros los japoneses?