Después
de cenar no tomo café porque luego me resulta imposible dormir. Sí, ya sé que
también lo puedo tomar descafeinado, pero cuando lo hago tampoco duermo bien:
será la sugestión de su sabor, las dudas por si se equivocaron… así que también
lo evito.
Por
eso me he ido aficionando a las infusiones tras la cena: menta poleo, manzanilla
si tengo el estómago pesado. También suelo probar las novedades que me ofrecen
pero siempre con la precaución de que no tengan té, sería absurdo cambiar
cafeína por teína y terminar igual de insomne.
Esta
noche se prevé sobremesa larga y varios de mis amigos piden un carajillo en
lugar del café. Yo estoy tentado: como alargaremos la noche quizás cuando vaya
a la cama el efecto de la cafeína haya pasado… Pero entonces me acuerdo de mi
amigo Sergio que hace ya casi 20 años me sorprendió tomándose un carajillo de
manzanilla y no lo dudo: carajillo de manzanilla con pacharán. Esto tiene que
ser una maravilla para la digestión, pienso. Después lo tengo que pensar en voz
alta para explicar a camarero y comensales mi comanda: todos me miran sorprendidos.
Luego veo cómo el camarero me señala desde la barra, indicándole al camarero
que prepara los cafés quién pidió la extraña mezcla. Por cierto, me fijo que prepara
dos en lugar de una taza y la segunda se queda en la barra. Listos estos
chicos, dispuestos a probar aquello que les sorprende.
Menos
me agrada observar la misma disposición a probarlo en mis compañeros de mesa:
la próxima vez pediremos un cachi, les digo. Porque siempre pasa lo mismo: un
sorbito por si no me gusta, un buen sorbo cuando ya veo que me gusta.
Al
final tengo que pedir otro carajillo de pacharán porque me llega la taza casi
vacía pero sonrío satisfecho al ver cómo, de nuevo, en la barra preparan dos.