Hemos
terminado los postres y, antes de que el camarero saque los cafés, la mitad de
los comensales ya están levantados: salen del restaurante para fumar su
cigarrillo. El resto nos quedamos mirándonos sin saber qué hacer: esperar a que
regresen, ocupar sus sitios y reagruparnos en la mesa… La camarera llega con
los cafés y, cuando nadie sabe en qué lugar tiene que dejar el cortado con
leche desnatada, muestra su desesperación por la cantidad de ausentes y
abandona los cafés, agrupados, en un lado de la mesa.
Vuelven
los fumadores y, tras elegir cada uno su café, reanudamos conversaciones: se
anima de nuevo la sobremesa y pedimos copas de pacharán para
prolongarla. Sin embargo, al poco rato, los fumadores cruzan miradas de
complicidad y, de nuevo, salen fuera a fumar. Veo que incluso un par de ellos
se llevan la copa.
Aprovechando
la interrupción uno de los comensales que quedaban en la mesa se pone en pie y
se despide: tiene recados que hacer esta tarde y mejor comenzar cuanto antes.
Otros dos aprovechan y deciden acompañarle: ya nos despediremos de los
fumadores al salir, dicen, como están en la puerta…
Quedamos
unos pocos distribuidos por la mesa, como piezas de ajedrez desperdigadas por el tablero al final de una partida. Quizás éste sea el
momento de reagruparnos… pero observo a los demás mientras doy un sorbo de pacharán
y veo cómo casi todos están mirando sus móviles: escribiendo mensajes, viendo
fotos, comentando un vídeo…
Por
eso hoy termino mi copa de pacharán solo, añorando lo que
hasta no hace mucho eran nuestras animadas sobremesas.