Estoy
en casa después de cenar preparándome para mi momento pacharán: ya he puesto
música y voy al frigorífico para ponerme una copa de pacharán fresquito. Al
abrirlo recuerdo con disgusto que la noche anterior acabé la botella de pacharán
y todavía no la he repuesto: el cansancio y la pereza me hicieron dejarlo para
la mañana siguiente aun sabiendo que lo olvidaría.
Al
no tener pacharán fresco me acuerdo de la botella de anís que hace unos días me
regaló María. Bueno, pienso, tampoco es mucha traición tomarme una copa de anís
en el momento pacharán: a fin de cuentas son familia cercana si tenemos en cuenta que el pacharán se elabora partiendo del anís. Así que me sirvo una copa y me siento en el sofá pensando que quizá hayan pasado varios años de
desde la última vez que tomé una copa de anís.
Al
observar mi copa echo de menos el color rojo de mi pacharán, en su lugar encuentro
la transparencia del anís. Llevo mi copa a la nariz y junto a su aroma me llegan
numerosos recuerdos en forma de imágenes. Pero en las imágenes, como antes en
mi copa, echo de menos el color: son imágenes en blanco y negro.
Cierro
los ojos para verlas mejor y encuentro imágenes de mi niñez que asocio con este
aroma. La abuela vestida de oscuro sacando del bolsillo del delantal las
bolitas de anís, anises las llamaba, que durante tanto rato mantenían su sabor
en mi boca. Las copitas de anís, mucho más pequeñas que las copas actuales, que
a mí tan sólo me dejaban oler. La cocina inundada de aroma anisado mientras mi
madre freía las rosquillas.
Me
resulta curioso recordarlas en blanco y negro, quizás sea porque mi memoria
visual no es tan buena como pensaba y a los recuerdos originales se le
superponen los más recientes de las fotos vistas en los álbumes de
fotos.
Abro
los ojos y me llevo un sorbo a la boca. Al principio me sorprende el trago
alcohólico, todavía mantenía en mi boca el recuerdo de las bolitas de anises.
Miro la etiqueta de la botella y me sorprenden su alta graduación, mayor que la
del pacharán.
El
anís pasa por mi boca con una sensación alcohólica que se equilibra con la cremosidad
del azúcar para conseguir llenar el paladar de sabor y aromas anisados. Tras
paladear un buen rato el anís lo trago y es entonces cuando el anís llega en
toda su intensidad a mi nariz: limpio, intenso, agradable, mucho más intenso al
que encuentro en mi sorbos de pacharán. Tras el trago mi boca se mantiene
dulce, con el anisado muy presente… Lo disfruto unos minutos y doy otro sorbo;
ahora ya no me sorprende su alcohol y disfruto con más tranquilidad de sus aromas,
de nuevo con los ojos cerrados para seguir viendo mis recuerdos.
Cuando
termino mi copa pienso que tengo que leer algo más acerca de los anises para
traerlos de vuelta desde mi memoria, recuerdo que los hay secos, dulces... Tengo
a mi lado el iPad y podría consultarlo
rápidamente… pero el sueño va llegando y decido dejarlo para otro momento.