Dejábamos al endrino a finales de febrero preparando sus yemas para brotar, incluso veíamos alguna flor despistada que se abría una mañana soleada y cálida, engañosamente primaveral.
Y así pasa el endrino casi todo el mes de marzo: preparándose para llegar al día 21, primer día de la primavera, listo para florecer. Y es que el endrino siempre llega puntual a su cita y la última semana de marzo lo encontramos con sus ramas y espinas adornadas con pequeñas y delicadas flores blancas. Porque es la flor del endrino la que, todos los años, nos anuncia la llegada de la primavera.
Resulta
llamativo el contraste de sus ramas desnudas y sus
amenazadores pinchos con las pequeñas, frágiles, blancas flores. Viéndolas es
fácil recordar parecido contraste en aquellos jóvenes que, casi sin salir de la
adolescencia, quieren dar una apariencia de tío duro: la postura firme, el gesto serio, el cigarrillo sujeto con las yemas de los dedos… pero siempre llega un
momento de duda, una mirada insegura, una palabra temblorosa que evidencia lo
que había de pose.
Así
es nuestro endrino: lo conocemos como un arbusto rústico, espinoso, leñoso y de
ademanes tan toscos que nos daña la piel si no nos acercamos con cuidado. O por
sus frutos, sin ningún dulzor y rebosantes de acidez y aspereza. Pero llega la
primavera y nos sorprende con un gesto de ternura que dice más que sus pinchos:
sus flores blancas, tan limpias y delicadas que atraen sin remedio nuestra
atención.
Entonces
nos acercamos más, las miramos de cerca y quedamos atrapados por ese blanco
ceroso de los pétalos que le dan parecido a una imposible flor de porcelana,
tan delicada y bella que ni tan siquiera Lladró fue capaz de imitar.
Más
atención tenemos que prestar si queremos descubrir los estambres, unos tallos
también blancos y cerosos que pasan desapercibidos y ni parecen sujetar las cabecitas anaranjadas
de polen que vemos flotar sobre los pétalos. Entre ellos, en el centro, un pistilo verde presto para recoger polen de otra flor.
Sí,
nos atraen estas delicadas flores, pero no es a nosotros a quienes dedican su
blanca, limpia mirada. Son las abejas quienes perciben la ternura en la flor de
los, hasta hoy, espinosos endrinos: las vemos volar gráciles entre las flores
y caer constantemente sobre una y otra, se diría que prendadas por la blanca
mirada de nuestro duro y tosco galán.
Vemos
cómo una abeja vuela de una flor a otra con las patas traseras cargadas de
polen. Luego pasa a otro árbol y sigue prendándose de una y otra flor y,
mientras acaricia las anaranjadas cabecitas de polen, deja caer parte del que
ya llevaba en los estáticos pistilos.
Resulta fácil adivinar lo que ocurrirá en abril. Mientras tanto más flores
comienzan a abrirse y el último día de marzo siguen llegando abejas a esta
finca de endrinos.