Hoy
disfruto de mi momento pacharán tomando una copa de aguardiente de orujo helado
a pequeños sorbos, como a mí me gusta.
Y
mientras paladeo el dulce sorbo viene a mi memoria la reciente sobremesa en
Ourense, compartida con amigos gallegos, extremeños y navarros. Mónica, como
siempre, pide su copa de pacharán mientras que esta vez yo pido aguardiente de
orujo. Vaya, dice Alcira, veo que tienes el corazón dividido. Dividido no,
respondo: lo tengo compartido.
Y
es que es fácil compartir mi corazón pacharanero con otros productos
tradicionales bien elaborados. Es cierto que yo siempre había visto al orujo
como ese chupito ardiente y picante en la nariz, irritante y agresivo en la
boca que sirven en tantos bares y restaurantes, y que es necesario beber de un
trago sin respirar para evitar tan "gustosas" sensaciones. Pero por
fin he descubierto que hay orujos bien destilados, con los mismos equipos y
arte que producen otros destilados ilustres como whiskies y ginebras. Orujos en
los que el maestro destilador eliminó sabiamente las cabezas y colas para
evitar al consumidor las desagradables sensaciones que, ahora sé, provienen de
deficientes destilaciones demasiadas veces consentidas al confundir lo
chapucero con lo casero. Porque los verdaderos maestros consiguen, sin
embargo, orujos con aromas suaves,
dulces, de la misma calidad que esos espirituosos ingleses que hoy desbordan el
corazón de tanta gente.
Por
eso hoy disfruto de una copa del aguardiente de orujo que aquel día descubrí en
Galicia y que, tal y como me recomendaron, guardo en mi congelador listo para
servir. Y cada vez que llevo mi copa a la nariz, en el lugar de aquel ahora
hora lejano aroma ardiente, me encuentro con un olor nada alcohólico, muy
limpio y afrutado, con claro recuerdo a esas pasas que todas las navidades mi
madre coloca en la bandeja entre mazapanes y turrones.
Doy
un nuevo sorbo a mi copa y disfruto con su paso denso, suave y aterciopelado,
que me permite disfrutar del trago sin que nada me recuerde su alta graduación.
Después
viene lo mejor: su larga permanencia en boca, con el sabor de las pasas
aumentando su intensidad hasta recordarme más a los higos secos que siempre
acompañaron a las pasas en la bandeja navideña, pero que hace años dejé de
probar.
Y pienso que este año volveré a comer alguno, quizás por qué no
acompañando a una copa de orujo. Pero cuando voy a dar un nuevo sorbo me sorprende
encontrar mi copa vacía. Aun así la llevo a mi nariz y disfruto con el aroma
que en ella queda, con las pasas y los higos ahora tan presentes como en mi
boca. Caliento la copa entre mis manos y, volviendo a olerla, disfruto del
aroma que, con su intensidad, me traslada a las tantas veces vividas navidades
familiares.
Y
ahora estoy seguro de que este año llegaré a casa de mis padres con una botella
de este estupendo aguardiente de orujo. Porque no tendré que viajar a Galicia
para conseguirlo: podré encontrarlo en los mismos supermercados bien surtidos
en los que otros deciden elegir un buen whisky. Donde encuentran esas ginebras
que llaman de alta gama. Allí estará también mi botella de aguardiente de orujo
bien destilado.