Aunque todavía es invierno me estoy tomando mi copa de pacharán navarro en la terraza, a primera hora de la tarde, aprovechando este día tan soleado.
Sentado en la terraza disfruto exponiendo mi cara al sol, como si lo mirara con los ojos cerrados. Noto su caricia en la cara y una ligera sensación cálida en el cuerpo, transmitida por la ropa de abrigo que llevo puesta. Disfruto también el sopor, esa agradable sensación de somnolencia que sólo el sol de invierno es capaz de conseguir manteniéndome en una duermevela en la que nunca pierdo la consciencia.
Y con el sabor del pacharán en la boca pienso que en estos días de sol de invierno no se entienden las prisas de muchos para que llegue el verano. Porque cuando preguntas por la estación preferida un porcentaje demasiado alto responderá el verano. Y cuando preguntas qué es lo que más te gusta del verano te suelen responder: el sol.
Pero el sol de verano no transmite sopor. En realidad te hace sudar y te quita el sueño hasta entrada la noche. El sol de verano no da calidez, da calor: calienta los cuerpos, calienta el aire, calienta el asfalto.
En verano no puedes mirar al sol ni con los ojos cerrados. No puedes sentarte en una terraza con la copa de pacharán porque el segundo sorbo ya está caliente. Se calienta hasta mi café cortado, que en verano siempre lo pido con hielo.
Lo tengo claro: no sé qué estación me gusta más. Ni qué me gusta más del verano. Pero del sol lo que más me gusta es el invierno.