Estoy
en la barra del bar después de comer tomándome mi copa de pacharán navarro a
pequeños sorbos, como a mí me gusta, mientras me concentro en esta afición mía
de observar al resto de clientes del bar. Hay varios en la barra, algunas mesas
también están ocupadas con gente que está terminando de comer. Y me sorprendo
al encontrarme con una comensal que está terminando su postre sentada sobre sus
piernas cruzadas, en una postura que podríamos definir como de buda.
Al
cabo de un rato vuelvo a mirar y veo que ha tomado la postura que habitualmente
todos tomamos al sentarnos en una silla… pero sin apoyar los pies en el suelo
ya que le quedan colgando sin llegar a tocarlo. Se trata de una mujer adulta
pero entiendo que de poca estatura y, por tanto, piernas cortas. Y veo cómo
balancea los piés en el aire, rítmicamente, sin encontrar dónde apoyarlos.
Entonces
me acuerdo de todas las veces que he visto sentar a un niño en una silla
normal y de cómo patalean al quedar sus
pies en el aire. Y aprovechando la menor oportunidad se dejan escurrir de la
silla, poco a poco, hasta tocar el suelo con los pies y ponerse de pié; siempre
me ha hecho gracia porque recuerdo que lo mismo hacía yo de niño. Por eso resulta tan buen invento la trona nórdica, asiento para niños de
altura regulable que mantiene el reposapiés a la altura adecuada para ellos conforme crecen, algo
que les tranquiliza al poder hacer algo tan sencillo y tranquilizador como mantener los pies apoyados mientras están sentados.
Lo
mismo ocurre con los taburetes. Para comprobarlo cojo el que está libre a mi
lado y me siento. Inmediatamente mis pies van al reposapiés en un movimiento
automatizado. Me fuerzo a dejarlos colgando y me doy cuenta de la curiosa
sensación de tenerlos en el aire: no sé si moverlos, balancearlos o dejarlos quietos… y
termino tan incómodo que apoyo los pies en la barra del taburete durante un rato hasta que, finalmente, decido bajarme del taburete para estar de pié.
Me
vuelvo a fijar en la chica de la mesa y veo que ahora se toma el café sentada
de nuevo en esa postura de buda que en ella parece tan natural y cómoda,
seguramente de tanto usarla.
Y
pienso que queda claro que, como aconseja el dicho, es mejor mantener los pies
en el suelo… o, al menos, en contacto con algo que nos transmita su sensación.