Entro en el bar mojado por el chaparrón. Además llevaba la chaqueta de cuero y se me ha empapado. Qué, no escuchaste la previsión, me dice uno de los habituales del bar. Pues claro que la oí, respondo algo irritado, pero no creí que fueran acertar. Cómo iba a llover con el buen día que hacía.
Vuelve a fastidiarme este espíritu mío de la contradicción, pienso, mientras me reconforto con un primer sorbo de pacharán.
Y es que muchas veces parece que vaya a la contra, que sólo hace falta que me digan negro para que yo responda y por qué no blanco. Y no es por llevar la contraria, tampoco es que crea que siempre tenga razón... es ese espíritu de contradicción.
Recuerdo por ejemplo mis discusiones con Javi a cuenta de los eucaliptos. Me dice que son una plaga, que han llenado Galicia con ellos, que queman el suelo... Y será verdad lo que me dice, pero no puedo evitar que cuando veo en un jardín un eucalipto grande, como en la entrada de Señorío de Bertiz, me quede admirando su tronco pelado, casi blanco, y respire hondo disfrutando su inconfundible aroma. Huelo mi copa de pacharán y su aroma anisado me ayuda a evocar el aroma de eucalipto que aprecio en los montes de Galicia y, mucho más suave, en el camino de acceso a Bertiz.
Llevo varios intentos fallidos de tener un eucalipto en casa. Primero cogí retoños volviendo de las vacaciones en Galicia pero no prosperaron, quizás la morriña de su tierra. Después cogí semillas en un bosquecillo de Isla, en Cantabria. Aprendí en internet a abrir las capsulas para sacar las semillas y logré germinar bastantes. A los tres meses tenía 12 plantitas de eucalipto. Seis meses mas tarde sólo me quedaban cinco eucaliptos aunque de un tamaño bastante majo, incluso pude cortar algunas hojas para poner en el coche y aportarle su aroma. Pero han pasado otros cinco meses y ya no me queda ninguno a pesar de todos mis cuidados.
Ya le he dicho a Javi: para ser una plaga son un poco flojos, ¿no?