El color de Papá Noel

Se acercan las navidades y, como todos años, los compañeros de trabajo lo celebramos con la tradicional comida de navidad. Convertimos la navidad en una excusa para pasar un buen rato juntos, comiendo pero, sobre todo, compartiendo una larga sobremesa en la grata compañía del pacharán navarro.

Y estamos tomando nuestra copa cuando surge la pregunta de si somos de Reyes. de Olentzero o de Papá Noel y alguien comenta que el último es una invención de marketing, que incluso Coca Cola le cambió el color desde su verde original al actual rojo y blanco. Me sorprende mucho oír esto pero, al ver que los compañeros a mi alrededor conocen la historia, prefiero no evidenciar mi ignorancia sobre tan importante asunto y dejo para otro momento la solución a las dudas que esto me plantea.
Y es hoy cuando, justo antes de que llegue la noche de Navidad, decido aprovechar mi momento pacharán para indagar sobre ello leyendo páginas en internet entre sorbo y sorbo de pacharán. Me encuentro en primer lugar con la historia de San Nicolás de Bari en lo que se supone es el inicio de la leyenda de Papá Noel. Nicolás, nacido ¡en el año 280! en la actual Turquía, se convirtió en obispo de Mira y fue muy querido por sus buenas acciones, muchas de ellas a favor de los niños. Además de varios milagros se le adjudica la entrega en secreto de monedas de oro a niñas que no disponían de la dote suficiente para casarse. La forma de entrega ya resulta familiar: entraba a escondidas por la ventana y ponía las monedas en los calcetines de las niñas, que colgaban en la chimenea para secarlos.
Al parecer la iglesia católica utilizó en la edad media el nombre y currículo de San Nicolás para desplazar otras figuras legendarias que en las culturas europeas hacían regalos a los niños en el solsticio de invierno.
Entonces, ¿por qué consideramos esta tradición como algo americano? Continuo leyendo que allí llegó con la fundación de Nueva Amsterdam en 1624, ciudad que posteriormente sería Nueva York. Los holandeses transmitieron su tradición de Sinterklaas, San Nicolás en neerlandés, y en 1809 el escritor Washington Irving hizo una parodia de Sinterklaas deformando su nombre según la pronunciación anglosajona para escribirlo Santa Claus en sus Historias de Nueva York.
Todavía hay que esperar a 1863 para que el dibujante  Thomas Nast haga sus dibujos de Santa Claus para unas tiras cómicas inmortalizando su fisonomía de gordo barbudo bonachón. Poco más tarde el Santa Claus estadounidense llega a Inglaterra y Francia bautizado como Papá Noël, Papá Navidad, aunque vestido de blanco y dorado.
Ya a finales de siglo XIX es un anuncio, no de Coca Cola sino de Lomen Company, empresa de frigoríficos, el que crea la tradición de que procede del Polo Norte y viaja en trineo arrastrado por renos.
Y llegamos a 1931 cuando, entonces sí, Coca Cola encarga dibujos para humanizar la representación de Santa Claus y a partir de ese momento se populariza su figura de color rojo y blanco. Sin embargo no es cierto que Coca Cola se inventara esos colores puesto que en las antiguas representaciones de San Nicolás de Bari esos eran los colores que se empleaban,  colores que más tarde convivieron con el verde (el más abundante durante algunos años) y el blanco y dorado.
En cualquier parece claro que, aunque los publicistas de Coca Cola no inventaron ni la  figura ni el color de Santa Claus, sí que su masiva campaña publicitaria fue la responsable de que se impusiera el color rojo y blanco, también de que se internacionalizara la moda de recibir a Santa Claus la Nochebuena, rivalizando en nuestra tierra otros personajes barbudos por traernos los regalos: los Reyes Magos, el Olentzero…
Así que nada, a colgar calcetines de la chimenea o donde se pueda que Papá Navidad está al caer… y, tal como están las cosas, habrá que dar oportunidad a todos los barbudos para que nos traigan regalos. Yo haré como la noche del 5 de enero y dejaré junto al árbol de Navidad una copa de pacharán para que, si cualquiera de los dos que trabajan la noche del 24 de diciembre tiene a bien visitarme, después de dejar mis merecidos regalos disfrute tomando un pacharán navarro a sorbitos, como a mí me gusta.